– ¿Por qué tienes tanta paciencia conmigo?
– Eres un reto para mí.
Hacía a penas media hora estábamos comiendo sushi sin ninguna otra pretensión que repasar un mes de trabajo juntos y valorar si, a pesar de mi falta de constancia, había merecido la pena el esfuerzo. El único planteamiento que tenía en mente era decidir si ponía fin a nuestra colaboración o seguíamos trabajando juntos un mes más.
Y ahora, mientras él sonríe relajado y me habla, yo soy consciente por primera vez de que estoy empezando a ponerme nerviosa. El deseo se está extendiendo por todo mi cuerpo y me muero de ganas de besarle.
Me olvido de todos los prejuicios que quieren empezar a rondar por mi cabeza y me dejo llevar por las ganas. Mi niña interior quiere jugar, le saco la lengua y echo a correr por la orilla de la playa entre risas. Le bastan dos zancadas para alcanzarme y cogerme del brazo.
– ¡Quieta! Guarda energías para mañana que hoy es día de descenso.
– Mañana también toca descansar, te recuerdo que te he despedido.
– Me has… ¿qué?
Sujeta firme mis brazos a mi espalda con tan solo una mano y me acerca a su pecho. Sentir su fuerza, su proximidad, como me tiene inmovilizada, hace que despierte en mi mente un torbellino de recuerdos y sensaciones. Las miradas reflejan la tensión sexual que se ha desatado entre ambos, tensión que aumenta aún más cuando empezamos a besarnos con deseo.
– Vamos a mi casa y vemos una película, ¿quieres?
– No quiero ver una película. Quiero comerte la polla.
Nada más verbalizar mi deseo, escondo mi cara en su pecho, sintiendo como arden mis mejillas, e intento justificarme.
– Es que no me has dejado comer postre.
– Yo tampoco he tomado postre. Vamos…