Microrelatos

Azotes

Había perdido la noción del tiempo mirándolo embobada desde los pies de la cama. Estaba desnuda y arrodillada mientras Él trabajaba en su portátil, aún completamente vestido. Agitó un poco los pies para que le quitara los zapatos y ella, nerviosa, los retiró despacio, junto con los calcetines, y los dejó en el suelo, junto a la cama. No pudo evitar inclinarse y besarlos, estaba ansiosa por hacerlo y no lo pensó dos veces. Él la rechazó colocando el pie en su hombro para que ella no pudiera inclinarse nuevamente.

– ¿Quién te has creído que eres, zorra? ¿De verdad crees que te va a bastar esa mirada dulce para poder adorarme? Sabes perfectamente que estás aquí exclusivamente para que pueda desahogarme contigo.

Ella inclinó la cabeza avergonzada pero Él le tiró del pelo fuertemente, obligándole a levantar la cara para recibir, una tras otra, varias bofetadas que llenaron de color sus mejillas. Tirando nuevamente de su pelo, la obligó a ponerse a cuatro patas.

Esa tarde Él no tuvo piedad, no controló su sadismo, ni contuvo sus ganas. Ella recibió en su espalda, sus nalgas y sus muslos, las caricias de todos sus «juguetes», uno tras otro, una y otra vez, hasta que ambos quedaron agotados y abrazados sobre la cama.

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