Pocas veces he sentido mi cuerpo descontrolado temblar de emoción. Pocas veces he sentido que me acariciaban el alma. Esta mañana ha vuelto a pasar y se han vuelto a hundir mis cimientos con una fuerte sacudida.
Desde pequeña aprendí a controlar el llanto, a aparentar fortaleza hasta en los momentos difíciles, a ser yo quien sujetaba al resto. Aprendí a llorar sin lágrimas y con una sonrisa para no preocupar a nadie.
Pero esos temblores son tan espontáneos y nacen desde tan dentro del alma, que no soy capaz de controlarlos. Han aparecido hace tan poco tiempo, que aún no he aprendido a gestionarlos.
Hay abrazos que curan en el momento en que te los dan, que hacen que el temblor pare de inmediato. Hay abrazos que cicatrizan heridas pasadas unas horas y, sin saber el motivo, tal y como comenzaste, dejas de temblar.
Y se fue el dolor, sin más, como se fue el temblor. Y por fin se rompió la cadena y las piezas comenzaron a encajar de nuevo. Gracias por venir a darme ese abrazo, gracias por devolverme mis alas para poder volver a volar.