La cala estaba tranquila, hacía días que los turistas habían vuelto a sus ciudades de origen y el verano daba sus últimos coletazos. El silencio solo era roto por las risas de dos mujeres que jugaban con una pelota junto a la red de voley. Reían sin parar, sin motivo aparente, haciendo esfuerzos por concentrarse en el juego.
Tras conseguir un nuevo punto, la más joven alzó los brazos triunfante. Se quitó la camiseta dejando al descubierto sus pechos y corrió en dirección a la orilla, siendo perseguida de inmediato por su amiga, que también dejó abandonada su camiseta junto a la red.
Como dos niñas pequeñas, comenzaron a saltar las olas, salpicándose la una a la otra y sin dejar de reír. Terminaron agotadas y empapadas, por dentro y por fuera, se dejaron caer sobre la arena abrazadas, acariciando sus cuerpos con ternura y besándose, por fin libres.
Desde el paseo marítimo, Él sonreía contemplándolas. Había presenciado el inicio de una bonita amistad.