Y allí estaba ella, desesperada, en medio de un mar de lágrimas, volviendo a casa.
Hacía tan solo unos minutos, estaba arrodillada, en el suelo, en plena calle, casi a media noche, abrazada a sus piernas. Había apretado fuerte su rostro contra sus muslos y lo había abrazado fuerte, como si creyera que era la última vez que iba a hacerlo.
Y allí estaba ella, sentada en su coche gris, con su cuerpo temblando, con el alma perdida, porque su alma quedó arrodillada en aquella calle, junto a sus pies.