Relatos

La ruleta (III)

Esos momentos lamiendo delicadamente cada dedo se su pie, con ansia y deseo, fueron los primeros de paz en toda la tarde. Hasta el dolor de su piel parecía haberse quedado dormido temporalmente y sentía la calma plena en su alma, pero Él retiró el pie bruscamente y la devolvió a la realidad de golpe.

– Al suelo, ya. La cama no es sitio para una perra como tú.

Él se sentó en el borde de la cama y le señaló con el dedo, el lugar frente a Él donde ella debía arrodillarse. Sin mediar palabra, Él comenzó a abofetearla con ambas manos y a escupirle en la cara. Sus mejillas iban adquiriendo un color rojo tan propio de las bofetadas como de la humillación que estaba sintiendo. Él le ordenó que siguiera abofeteándose ella misma y que abriera la boca y sacara lengua para poder escupirle dentro. Ella se sentía completamente ridícula, pero no era capaz de dejar de darse bofetadas con más rabia incluso que las que le había dado Él.

– Túmbate boca arriba y mastúrbate como la perra en celo que eres, pero nada de correrte.

Mientras ella comenzaba a masturbarse compulsivamente, Él se puso en pie, sacó su polla y, antes de que ella pudiera darse cuenta, empezó a mearla. Primero empapó su pelo, luego mojó su cara, llenando su boca y termino en el resto de su cuerpo.

– Mírate, cerda, mira como estás, marcada, meada y deseando correrte. ¿Dónde está tu orgullo ahora, zorra? ¿De verdad crees que puedes decidir algo ya de tu vida?

Ella no podía articular palabra, pero sabía que Él tenía razón y que ya nada volvería a ser igual.

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