Relatos

La visita

Estaba sentada en las rodillas de Daddy, intentando llenarle la cara de besos, cuando llamaron a la puerta. Me dejó sentada en el sofá y fue a abrir, no sin antes advertirme que no me moviera. Torcí el gesto, no me gusta que nadie interrumpa nuestros momentos de juegos, y miré curiosa hacia la puerta del salón intentando distinguir las voces. Solo acerté a reconocer unos pasos acercándose y rápidamente apareció Daddy acompañado de la figura de una mujer. Se trataba de Sonia, una vieja amiga de Daddy a la que ya había visto varias veces. Sonia me provocaba sentimientos muy dispares. Por un lado me intimidaba un poco su fortaleza y su belleza, me hacía sentir aún más chiquitita. Por otro lado me atraían fuertemente sus pechos y me resultaba totalmente imposible hablar con ella y no humedecerme. Sabía perfectamente que Sonia deseaba jugar conmigo, casi tanto como yo lo deseaba, pero hasta el momento Daddy no había dejado que nadie me usara a su antojo.

Daddy se dirigió al cajón de los pañales. No podía creer que fuera a ponérmelos delante de nadie. Sonia sonreía divertida ante mi sonrojo mientras desabrochaba los primeros botones de su camisa y mostraba un generoso escote. Daddy me pidió que me pusiera de pie frente a ella, levantara mi falda y me diera la vuelta despacio para mostrarle primero mi sexo y después mi culo. Sonia acarició mis nalgas y dió un par de palmadas en sus rodillas para que me inclinara sobre ellas. Introdujo el plug en mi sexo hasta que estuvo bien mojado y, sin pensarlo demasiado, lo introdujo en mi culo. Daddy le entregó uno de los pañales que usaba con frecuencia y ella comenzó a ajustarlo a mi cintura como una madre experta. Estaba tan avergonzada que cruzaba los dedos para que no me hiciera levantarme y mirarme a la cara. Pero no tuve tanta suerte, tuve que levantarme y Sonia acarició mis mejillas sonrojadas.

– Has sido una pequeña muy buena. Ahora voy a darte tu regalo.

Sacó de su bolso un libro de mandalas para colorear, mis favoritos, y sonrió viendo mi entusiasmo. La abracé con fuerza y le besé tímida en la mejilla, dándole las gracias una y otra vez. Daddy acercó el chupete a mis labios y me pidió que me fuera a pintar y les dejara un rato hablando tranquilos. Sabía perfectamente lo que eso significaba, así que me fui al rincón más alejado de la alfombra y traté de centrarme en mis colores.

La conversación se apagaba en algunos lapsos de tiempo, cada vez un poco más largos, para dar paso a besos, caricias y, poco a poco, a algún gemido ahogado y no tan ahogado. No pude calcular el tiempo que estuvieron hablando, pero a mí se me hizo eterno hasta que volvieron a llamarme. Introduje todos los colores en el estuche y fui gateando hasta el sofá. Sonia tenía las piernas ligeramente abiertas, la falda levantada y no llevaba ropa interior. Era evidente que estaba empapada y Daddy me indicó con la mano que la limpiara con mi lengua. Ésa fue la primera vez que pude disfrutar de su sabor y ella de correrse en mi boca.

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