Relatos

Silvia

Lo primero que observé cuando recorría los últimos metros del paseo marítimo y me aproximaba a la puerta del bar donde me estaban esperando, es que Silvia sonreía y que tenía una sonrisa preciosa. Daddy se adelantó unos pasos, me abrazó y me besó, mientras yo aprovechaba la cercanía para mirarla a ella de reojo. Estaba preciosa y me dio un abrazo de esos que te hacen sentir en casa, como si fuéramos dos viejas amigas que hacía tiempo que no se veían. Se dio cuenta de que temblaba y me abrazó aún más fuerte. La gratitud y la ternura que sentí en ese momento serán difíciles de olvidar.

Compartimos unas horas mágicas los tres, en un rincón apartado de la terraza del bar. Horas sobre la arena y bajo la luna, horas donde se evidenció la complicidad y el deseo de las dos, horas donde se demostró que las cosas sencillas y fluyendo con naturalidad son las que más se disfrutan. Horas donde por primera vez no solo fuimos dos y Silvia pudo disfrutar viéndome obedecer. Ella no lo sabe, o quizás sí, pero Silvia siempre será la primera mujer cuyos labios rocé, la primera mujer cuyo sexo acaricié, y eso también será difícil de olvidar.

Desde aquella noche pienso a menudo en Silvia, en sus labios, en su pecho, en su sexo, en las ganas de darle placer que me provoca, en llenarla de besos, caricias, abrazos y orgasmos, en ser su regalo de cumpleaños. Felicidades, princesa.

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