La tienda estaba prácticamente vacía a aquellas horas, era mediodía y hacía mucha calor. Entraron y fueron directamente al fondo, donde estaban las jaulas para mascotas. Recorrieron todo el último pasillo, hasta que Él se detuvo junto a una bonita jaula que no tenía puerta, solo un arco por el que se podía entrar y salir sin problemas.
– Te gusta?
– No tiene puerta, Señor.
– No has respondido a mi pregunta.
– Es muy bonita, Señor, pero no tiene puerta.
– Sí, ya lo sé, no tiene puerta.
Ella le miraba sorprendida, no entendía qué utilidad podría tener una jaula sin puerta. Era suficiente grande para poder tumbarse dentro de ella sin excesivas incomodidades, los barrotes estaban a una distancia suficiente para que Él pudiera introducir sus brazos a través de ellos. Pero no tenía puerta.
– En qué piensas tan callada?
– En que no tiene puerta…
Él sonrió y le acarició la cabeza con ternura. Ella todavía no se había dado cuenta que la jaula no tenía puerta porque Él no quería encerrarla, solo quería que ella deseara quedarse junto a Él. Siempre podría abrir la puerta, romper las cadenas, desatar las cuerdas. Su trabajo no era impedir que pudiera escapar de su Dominio, era conseguir que ella no deseara jamás hacerlo.